Juan Torres López |
Economista
nuevatribuna.es | 11 Mayo 2013
Hace ahora
justamente 70 años un economista polaco muy importante, Michal Kalecki, publicó
un artículo (Aspectos políticos del pleno empleo) que me parece que tiene una
gran actualidad en nuestro tiempo y particularmente en un primero de mayo como
este.
Kalecki partía de
reconocer cuando lo escribía que una mayoría considerable de los economistas
opinaba que, aun en un sistema capitalista, el pleno empleo puede alcanzarse
mediante un programa de gastos del gobierno, siempre que haya un plan
suficiente para emplear toda la fuerza de trabajo existente y siempre que
puedan obtenerse dotaciones adecuadas de las materias primas extranjeras
necesarias a cambio de exportaciones.
Se aceptaba, decía
el economista polaco, que si el gobierno realiza inversión pública (por
ejemplo, si construye escuelas, hospitales y carreteras) o subsidia el consumo
masivo y si además este gasto se financia con préstamos y no con impuestos, la
demanda efectiva de bienes y servicios puede aumentarse hasta un punto en que
se logre el pleno empleo.
A la objeción (que
todavía se sigue planteando) de que eso podría crear inflación, Kalecki
respondía con total seguridad: la demanda efectiva creada por el gobierno actúa
como cualquier otro aumento de la demanda, por tanto, si hay oferta abundante
de mano de obra, planta y materias primas, el aumento de la demanda se
satisface con otro de la producción. Lo que significa que si la intervención
gubernamental trata de lograr el pleno empleo pero no llega a aumentar la
demanda efectiva más allá del nivel del pleno empleo, no hay por qué temer a la
inflación.
A continuación,
Kalecki señalaba que, a pesar de que esa tesis estaba bastante clara, tenía
oponentes, entre los cuales mencionaba a “expertos económicos estrechamente
conectados con la banca y la industria”, lo que le llevaba a pensar que, a
pesar de que los argumentos utilizados son económicos, “hay un fondo político
en la oposición a la doctrina del pleno empleo”.
Así, recordaba en
el artículo que “las grandes empresas se opusieron sistemáticamente en la gran
depresión de los años treinta a los experimentos tendentes a aumentar el empleo
mediante el gasto gubernamental en todos los países, a excepción de la Alemania
Nazi”. Igual que lo que ocurre en estos momentos en Europa.
Kalecki se
preguntaba, tal y como deberíamos hacer ahora, por qué había esa oposición a
las políticas que podían aumentar el empleo, sobre todo, teniendo en cuenta que
“el aumento del producto y el empleo no beneficia sólo a los trabajadores, sino
también a los empresarios, porque sus ganancias aumentan”.
Si los empresarios,
decía Kalecki, suspiran por las ganancias que lleva consigo el auge, ”¿por qué
no aceptan gustosos el auge “artificial” que el gobierno puede ofrecerles?”. O,
como diríamos ahora: ¿por qué defienden las empresas políticas de austeridad
que recortan el empleo y sus beneficios, puesto que con ellas venden menos?
Kalecki dio tres
posibles respuestas a esa pregunta capital.
La primera tiene
que ver con el hecho de que en un sistema de no intervención del gobierno el
nivel del empleo depende de la confianza de los capitalistas: si ésta se
deteriora, cae la inversión privada, lo que se traduce en una baja de la
producción y el empleo. Por tanto, decía Kalecki, sin intervención, los
capitalistas disponen de un poderoso control indirecto sobre la política
gubernamental: como todo lo que pueda incomodarles y deteriorar “su” confianza
debe evitarse para que no se provoquen crisis, resulta que los gobiernos deben
someterse constantemente a sus preferencias y dictados.
Sin embargo, dice
Kalecki, “en cuanto el gobierno aprenda el truco de aumentar el empleo mediante
sus propias compras, este poderoso instrumento de control perderá su eficacia”.
Concluye el
economista polaco con una idea que es perfectamente aplicable a lo que viene
sucediendo en la actualidad: quienes defienden los intereses de las empresas y
se oponen a la intervención gubernamental deberán considerar como “peligrosos”
los déficit presupuestarios, pues estos son su instrumento principal para
llevarla a cabo. La función social de la doctrina de las “finanzas saneadas”
(de la estabilidad presupuestaria o de la austeridad, diríamos ahora) no es
otra, decía, que hacer que la confianza empresarial prevalezca como
determinante del nivel del empleo y de la bonanza económica.
Una segunda
resistencia de los capitalistas a la política gubernamental que crea empleo
proviene de que, cuando se lleva a cabo, se sienten doblemente amenazados. Si
se articula invirtiendo en productos que podría producir la empresa privada
creerán que el gobierno actúa como un competidor indeseable que le roba negocio
y beneficios, y se opondrán a ella. Y si la intervención se realiza subsidiando
compras se producirá una paradoja. En principio les vendría muy bien a los
capitalistas, porque así venderían lo que de otra forma se quedaría sin vender.
Pero se negarán a ello porque con dichos subsidios, dice Kalecki, se pone en
cuestión algo de la mayor importancia: “los principios fundamentales de la
ética capitalista requieren la máxima del ganarás el pan con el sudor de tu
frente, es decir, siempre que tengas medios privados”.
Pero no paran aquí
las cosas. Incluso si los capitalistas superasen estas dos reacciones adversas,
se enfrentarán a la política que puede conseguir el pleno empleo por otra razón
fundamental.
Si el pleno empleo
se alcanza, dice de nuevo Kalecki, el paro dejaría de ser un medio de
disciplinar a los trabajadores y de limitar su capacidad reivindicativa: “La
posición social del jefe se minaría y la seguridad en sí misma y la conciencia
de clase de la clase trabajadora aumentaría. Las huelgas por aumentos de
salarios y mejores condiciones de trabajo crearían tensión política”.
A partir de ahí el
economista polaco desarrolla una idea fundamental, y que me parece que tiene
una vigencia plena en nuestros días: “Es cierto -escribía- que las ganancias
serían mayores bajo un régimen de pleno empleo (…). Pero los dirigentes
empresariales aprecian más la “disciplina en las fábricas” y la “estabilidad
política” que los beneficios. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo
duradero es poco conveniente desde su punto de vista y que el desempleo forma
parte integral del sistema capitalista normal“.
Tras una serie de
reflexiones sobre los efectos cíclicos de estas reacciones ante la política de
creación de empleo Kalecki plantea otro asunto fundamental y que también me
parece de actualidad hoy día: una de las funciones importantes del fascismo,
tipificado por el sistema nazi, fue la eliminación de las objeciones
capitalistas al pleno empleo, porque en esos regímenes totalitarios la
maquinaria estatal se encuentra “bajo el control directo de una combinación de
las grandes empresas y los arribistas fascistas”. Entonces, la objeción al
gasto gubernamental en inversión pública o en consumo se supera concentrando el
gasto gubernamental en armamentos y la “disciplina en las fábricas” y la
“estabilidad política” bajo el pleno empleo se mantienen por el “nuevo orden”
que va desde la supresión de los sindicatos hasta el campo de concentración.
Por eso, aunque
Kalecki creía que es “sumamente improbable” que el capitalismo se ajuste al
pleno empleo como norma, me parece que de su análisis se puede concluir que la lucha
por el empleo pleno es fundamental, porque solo con él se podrán empoderar lo
suficiente los trabajadores y trabajadoras y también porque es, al mismo
tiempo, “una forma de prevención del retorno del fascismo”, en palabras del
economista polaco.
No debemos olvidar,
pues, lo importante que es avanzar en ese combate por el empleo, conquistar uno
a uno si hace falta cada puesto de trabajo y forzar políticas orientadas a la
plena ocupación en lugar de a imponer disciplina. Eso sí, teniendo en cuenta que
el aumento del empleo no puede darse a costa de un crecimiento insostenible de
la actividad, social y medioambientalmente hablando, y que no se puede tener en
cuenta solo el trabajo remunerado que se traduce en empleos convencionales sino
también el que no se remunera porque se desenvuelve fuera de la órbita de los
mercados. Un avance que solo se podrá llevar a cabo si los trabajadores y
trabajadoras se convierten en protagonistas y dueños exclusivos de su propio
destino como asalariados o asalariadas y como ciudadanos o ciudadanas.
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